domingo, 7 de febrero de 2010

El combustible de una reforma educativa

Como ya comentamos en algunas ocasiones, el estudio mundial por excelencia que compara los resultados de distintos sistemas educativos alrededor del mundo es el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE (PISA por sus siglas en inglés), aplicada a alumnos de 15 años en períodos de tres años.
La última versión de este documento es del 2006. En él se comparaba prioritariamente los resultados en ciencias. El ranking que ordena a los países según este rendimiento podría ser algo engañoso ya que no considera muchos factores, pero igual resulta interesante para evaluar a quiénes les va mejor. Aquí abajo incluyo un gráfico que compara a los primeros cinco del ranking y a todos los países latinoamericanos que fueron considerados en el estudio.


Al tratar de analizar el caso chileno hay que tomar en cuenta un crucial elemento. Tal como lo explica este documento del BID sobre la relación que tenemos los latinoamericanos con nuestros servicios públicos (educación, salud, etcétera), los chilenos muestran una característica bastante interesante. Entendiendo la importancia de estos servicios para reducir la pobreza y para poder volcar su crecimiento económico en mayor desarrollo, han ido aplicando reformas para hacerlos más eficientes y efectivas.

No obstante, y aquí lo interesante, los chilenos se han vuelto cada vez más exigentes con la calidad de estos servicios. Es decir, conforme la educación y la salud mejoraban y mostraban resultados superiores, los usuarios se volvían cada vez más intolerantes a la ineficiencia. Y reclamaban cada vez más por un servicio de calidad.

Específicamente con respecto a la educación, en los últimos 25 años se han venido aplicando una serie de cambios para llevar a cabo una reforma educativa que les permita tener escuelas de la más alta calidad posible. En este documento de Cieplan se hace un repaso de las medidas que se aplicaron y cuáles de éstas continuaron, así como cuáles fueron descontinuadas.

Lo que queremos remarcar es que es un hecho que sin respaldo de la población no se puede hacer nada. Sin padres de familia que velen por la calidad de la educación que reciben sus hijos, sin docentes que indiquen qué es lo que necesitan para poder rendir mejor, etcétera, no hay reforma que se sostenga. En el Perú entendimos hace unos años que necesitábamos una reforma de fondo para sacarnos de los últimos puestos en las evaluaciones internacionales. No perdamos de atención esa necesidad y el apoyo que todos los involucrados necesitan para poderla sacar adelante.